El Caracol Negro

Observación activa con atención plena sobre una piedra.

Me senté con la espalda cansada sobre una piedra ya dispuesta para contemplar el sitio. Me costó, la verdad, fijarme en lo que había. Mi mente sobrealterada no me suele permitir ver las cosas con detenimiento. Miro alrededor varias veces, sin centrarme en nada. Pienso en un par de cosas. Pienso en lo que haré después. Acaricio a la perra. Miro de nuevo al frente, y a un árbol que tengo delante de mí.

Y entonces me detengo. Me doy cuenta de que no estoy atendiendo. Hay sonidos, y cosas que pasan.

Un pájaro desconocido se asoma, posándose sobre un tallo sin doblarlo. Luego sobre una rama, que ni siquiera se sobresalta. Atiende a lo que tiene delante, oteando, buscando puntos de interés. Me pregunto si el nogal se dio cuenta de que tenía un visitante.

El viento sopesa dulcemente cuánta fuerza ejercer en cada momento, meciendo hojas, ramas y tallos hacia el este. Observo el olivo que tengo ante mí, con sus ramas peludas de hojas, como palmas abiertas, esperando recibir algo del cielo. Lo veo así, expuesto frente al viento, que ahora da una tregua. Me pregunto si los árboles se marean también. Me pregunto en general qué siente, y cómo puedo hacer yo para tener más presente su existencia. Es un ser vivo, como yo; y ahí está, expresándose. Lo veo como un profeta rezándole a Dios, pero en verdad sólo es un árbol. Es de hecho algo, y en eso quizá me lleva ventaja, pues cuando observo el mundo pocas veces me siento… ahí. Pienso y observo, desvanecido, como si no hubiera nada a este lado de mis gafas sucias.

A mi mente sobrealterada no le gusta prestar atención. Por eso, cuando el pájaro se marcha, me obligo a girar el cuello y seguir su vuelo, hasta que la vista se me pierde, cegada por el sol, que empieza a ponerse por detrás de los pinos. Va como planeando el pajarillo: dos aleteos para ir hacia arriba; luego, para; se deja caer un poco, planeando, y vuelve a aletear. Todo eso mientras avanza, decidido, en línea recta.

Qué envidia. Ojalá saber yo también adónde voy.

Me cuesta tomar decisiones. A lo mejor tiene que ver con lo de no poder prestar atención mucho tiempo. O no. La verdad es que estoy harto de elucubrar sobre cómo pienso, metarrelatando mis procesos neuronales. Aquí hay viento suave, un sol precioso bostezando, pájaros ligeros pero decididos, y olivos que nunca dicen “no”, abiertos a la experiencia. ¡Presta atención!

Hay formas de ser, de estar vivo, y yo estoy también, aquí, tomando decisiones en vida. Enfrentado siempre a la incertidumbre que mi mente perezosa no quiere ni ver. Son vecinas que se apartan la mirada en el patio de luces de mi cabeza. Soy incertidumbre compleja y provocadora, y también soy cerebro perezoso, frágil. Todavía no sé cómo casar esto.

Esta vez, en mi intento de observación activa con atención plena, no cerré los ojos ni me puse a meditar. Cuando vi que ya había visto todo lo que tenía que ver, y había pensado algunas de las palabras que he escrito aquí, me puse de nuevo los guantes y me fui a seguir cavando hoyos con una azada, y a quitar piedras grandes del huerto.

Eso es a lo que he venido aquí.

#Naturaleza #Observaciones